Mariana Sissia

2012

PERFIL

Por Alejo Ponce de León

Si bien no tan románticas como el trabajo de la Volcano School (un improbable grupo de pintores que se radicaron en Hawái durante la segunda mitad del siglo XIX con la intención de retratar algunas emocionantes erupciones volcánicas), los dibujos de Mariana Sissia se inscriben también en cierta tradición que adscribe un potencial dramático a lo mineral. Una aptitud técnica incomparable puesta al servicio de las excavaciones, las grietas y las fallas, iguala al fruto de su labor con los gráficos de estudio que producen ciertas disciplinas científicas como la estratigrafía y la topografía. Y a pesar de que la artista se empeñe en sembrar trampas y desvíos sobre sus paisajes, la capacidad intrínseca de contención de información gráfica que ostentan los vuelve igual de confiables que cualquier fotografía satelital. Luego de haber cursado su licenciatura en pintura en la Universidad de Rosario, sobrevino en la vida de Sissia un período traumático de adaptación a la vida en Buenos Aires que dio como resultado Sistema de defensa de mí misma, serie de trabajos con la que irrumpió en la escena de arte porteña en el año 2009. Este conjunto de dibujos en grafito profusamente detallados muestra porciones aisladas de terreno; fosas de una profundidad incalculable; sitios de excavación acordonados; islotes de tierra cortados transversalmente para revelar conductos subterráneos. Es, en resumidas cuentas, una colección de incisiones sobre la superficie del paisaje, hechas con el fin de anular la intrusión de cualquier elemento amenazante para el confort emocional. Las obras se sienten distantes e inexpresivas, a tono con la severidad de su técnica y la jerga lacónica, levemente sarcástica, que emplea para designar a las distintas posiciones de su sistema de defensa. Sin embargo, un área de intimidad y flaqueza se evidencia en la carga simbólica que los trabajos encierran, representada por la aparición de elementos que no encuentran su razón de ser en un entorno aparentemente desolado. Toboganes que recorren con dedicación las escarpas para desembocar en pozos. Un subibaja anulado, que no puede cumplir su función natural a causa de un montículo de tierra que se lo impide. Sissia le da un tratamiento a la las extensiones terrestres hasta convertirlas en campos de juego para un espíritu pasivo-agresivo. Son panoramas estériles, pero trastocados de manera tal que un cierto viso de rencor y recelo los atraviesa. La efectividad de estos cepos está por comprobarse, ya que ningún personaje, animal o humano aparece merodeando; quizá hayan caído en desuso durante épocas de paz y no volvieron a ser necesarios. La pieza central de la serie, Trinchera, supera los 4 metros de longitud y representa de manera casi facsimilar un paraje rocoso en panorámica en el que es imposible no detenerse al menos un par de minutos. Trinchera resume el pleno alcance de la labor de Sissia, a la vez que lo magnifica hasta un límite vertiginoso. Para la artista acabó siendo una especie de revelación: al encontrarse frente una pieza tan minuciosamente construida, comienza a prestar mayor atención a los detalles que componen las distintas zonas de sus dibujos y se propone sondearlos para capitalizar su valor estético. Así, se centra en los fragmentos y en esos fragmentos labra la abstracción. Invirtiendo cabeza abajo los paisajes o sobredimensionando algunos pequeños elementos, empieza a darle forma a un mundo de geometría geológica casi fractal. Esta tendencia se asienta durante 2011, año en el que es seleccionada para formar parte del programa de artistas de la Universidad Torcuato di Tella y, a partir del intercambio que se genera en espacios de clínica, su obra comienza a tomar otro volúmen; a separarse de su carácter ilustrativo para cargarse de un temple más expresivo. Como dato curioso, durante esta época la artista dice haber escuchado mucho el Five leaves left de Nick Drake, un disco de producción rudimentaria, con arreglos tenues y un sonido dislocado que se levanta como contrapunto interesante frente a la precisión y los rasgos densos que aparecen en los trabajos de Sissia. En el tiempo muerto entre esta transición de objetivos, se aventura brevemente al videoarte y entrega una pieza de corta duración denominada Excavación 1: monumento introspectivo. En ella puede verse a un dúo de excavadores en un campito bajo un cielo gris, removiendo tierra dentro de un espacio cuidadosamente delimitado con cinta de medir para que forme la palabra “YO”. Aunque el video termina antes de que al proceso le llegue su conclusión, la obra es proyectada junto a una fotografía que retrata el aspecto final del vaciado, ahora sin los trabajadores ni las herramientas de agrimensura. En esta acción de llevar a un plano tridimensional las fantasías de extracción que aparecen en sus dibujos, Sissia se inscribe de un modo más directo tanto en la corriente del Land Art –quizá con Michael Heizer como elemento de referencia más cercano–, así como también en los procesos performáticos y de documentación que la arriman tímidamente al trabajo de Francis Alÿs. Más recientemente, una mayor compenetración con el acto físico de dibujar la lleva a realizar excursiones formales en las que ensaya variables sobre la operación en sí misma, apelando a giros drásticos en su manera de ejercer con el grafito presión sobre el papel; reformando la velocidad del trazo y el eje de inclinación de sus herramientas. El método prevalece por sobre los conceptos y los planes definidos previamente. Los resultados de este vuelco son abstracciones y juegos de producción que la artista relaciona de alguna manera con el método surrealista. Instigando una movilidad aguda en los sectores de mayor densidad cromática, lo firme del terreno empieza a desmaterializarse; se vuelve vago y más vago hasta que alcanza un estado de sublimación. Variaciones de una rara especie de expresionismo tecnificado. En el breve texto que sirvió de acompañamiento a Río de las tres rutas, la muestra que Sissia compartió con Nicolás Sarmiento en el año 2010, Eduardo Stupía afirma que su trabajo aparece liberado “de todo asunto o anécdota que no sea aquel que no provenga de los intersticios de su acción en la práctica”. Es razonable pensar que esa autosuficiencia siga siendo fuente de ambiciosos proyectos plásticos en un futuro. Al mismo tiempo, sería apropiado esperar que la artista pueda poner su virtuosismo al servicio de formas superiormente articuladas de expresión, sean éstas hiperlegibles y transitables por siempre, o complejas hasta abreviar la sustancia del aturdimiento.

2010

Conocer, dominar, controlar, avasallar

Por Viviana Fischler

Lo desconocido suele seducir al ser humano, e impulsa la exploración como modo de conocer el objeto de seducción. Emprender la aventura del conocimiento de dicho objeto, implica el viaje por un territorio, que cada cual realiza a su manera. Esa manera tiene que ver, con los modos de ser del explorador y del científico, aunque hay algo más que hay que tener en cuenta. Es ese algo que comprende, ya no sólo el estilo personal del aventurero, sino las distintas etapas de reconocimiento que ciertos territorios suelen requerir de quien explora. Para ello, hay que adaptar lo que suele mencionarse como “el estilo personal”, a las necesidades y exigencias del estado de la cuestión, sin olvidar los fines para los cuales el abarcamiento total del territorio se hizo necesario. De este modo, se puede conocer un mismo objeto y abarcarlo en su totalidad, pero de diferente manera. Esta diversidad es, en definitiva, la que contribuye a enriquecer lo conocido desde múltiples perspectivas. Cada una aporta lo suyo, y tanto si anula o no a la otra, siempre agrega algo. Dos formas distintas de representar un territorio que puede fantasearse como el mismo o no, de lo que resultan tres posibles maneras de abordarlo y conocerlo. Así es como pueden apreciarse, individual o conjuntamente, las obras de Nicolás Sarmiento y Mariana Sissia. Los dos artistas que participan compartiendo espacio, en la muestra que hasta principios de marzo, se exhibe en una de las salas del Centro Cultural Recoleta. Los paisajes propuestos por Sarmiento, son dibujos en los que el predominio de la mancha y la aguada, generan distintos niveles de profundidad. Los que a veces, se ven interrumpidos, por algunas líneas ilegibles que no terminan de definir el contorno de lo que más allá, parece perfilarse. Todos parecen haber sido realizados expeditivamente, resueltos con la velocidad del gesto enérgico. Como si hubiera una especie de urgencia por registrar, para no perder nada de todo cuanto aparece en el recorrido de ese territorio. Como si en el recodo del tramo siguiente, existiera la amenaza latente que varíe la percepción del mismo, revelando a los ojos algo inesperadamente maravilloso o tenebroso. Tal vez el posible encuentro con un otro, que no se alcanza a percibir –aunque se intuye–, entre los claros y oscuros que la técnica del artista logra esbozar con su estilo, para estimular el avance entre los vericuetos de esos lugares extraños. Los paisajes de Sissia, en cambio, revelan un virtuosidad en el manejo del dibujo con lápiz. En ellos pueden apreciarse un elaborado trabajo tonal, además de una exquisita minuciosidad –casi decorativista– en la plasmación de hasta el más ínfimo detalle. A estas cualidades, hay que sumar el exquisito trabajo de luces y sombras, que contribuyen a otorgarle a sus dibujos, la densidad material donde es necesaria. Algo que a la levedad del lápiz le sería imposible, sin la rigurosidad de una técnica casi rayana en la descripción científica. De esta manera, sus paisajes parecen casi calcados de una fotografía. Todos han sido elaborados, desde un punto de vista apenas más elevado que el del observador, por lo que recuerdan el estilo utilizado por algunos de aquellos artistas viajeros, de hace más de dos siglos, para dar cuenta de la exacta topografía de un lugar, para su reconocimiento. Al igual que ellos, la artista informa de espacios perfectamente identificables, en los que se revela la presencia del hombre, aunque su figura no haya sido dibujada. Los rastros de las acciones que sólo él es capaz de realizar, junto a algunas herramientas utilizadas para esas tareas (en algunos casos), son las que narran su perfecto dominio de aquello explicitado. Sarmiento y Sissia, cada uno a su manera, proponen una ruta particular a seguir, para recorrer el mismo río. ¿Cuál sería entonces, la tercera vía a la que el título de la muestra alude? Tal vez, y sólo tal vez, sea el relato de la historia de la conquista del hombre de uno, entre tantos territorios de la Tierra. Y en ese relato, como si de una línea del tiempo se tratara, Sarmiento y Sissia, representan dos diferentes momentos de la narración. El primero, a veces más y otras menos, aparece nebuloso y caótico. Una especie de primera incursión en un territorio agreste, salvaje, y virgen. Del que no se sabe, aún, a ciencia cierta, qué es lo que se ve cuando se mira. El segundo, en cambio, ya por fin estudiado e investigado, tanto en sus aspectos geográficos, geológicos y hasta botánicos, se encuentra perfectamente ordenado, permitiendo reconocer y nombrar cada una de las cosas que aparecen en él. Da cuenta de nuevas incursiones, al mismo tiempo que denuncia la intervención del hombre en él.

2019

El Ciclorama de Mariana Sissia, o la búsqueda del universo infinito e indeterminado

Por Pablo La Padula

El ciclorama de Mariana Sissia es una experiencia visual fluida que usa como soporte la superficie de un papel de treinta metros de longitud, el cual montado en un dispositivo especifico, permite una inmersión visual de 360 grados transformando lo finito y delimitado en cíclico e infinito. Ciclorama es el primer intento dibujistico de Mariana a gran escala por desmarcarse del determinismo del grafito sobre papel que ella maneja a la perfección. Su estrategia consiste trabajar con ese elemento pero en estado de pulverización, tornándolo impreciso y volátil, mas apto para inundar que para demarcar. Esta liquidez del dibujo que ella logra, lo consuma literalmente colisionando el grafito desmembrado contra agentes o solventes orgánicos. Estos elementos que por sus propiedades fisco-químicas se repelen, logran entrar en dialogo a través de la emulsión, donde quimerizados, son receptáculos de un sinfín de epifenómenos visuales. Estos treinta metros de papel constituyen un registro real time de laboratorio de varios días de duración, que partiendo de la idea de dibujo como unidad visual, va modificando su cualidad grafica, movilizando al espectador con singulares ecos cosmológicos desde una introspectiva poética de superficie marciana hasta un microcosmos de potenciales estructuras proto-celulares. Pero lo que es también destacable de este desmesurado dibujo construido desde El azar y la necesidad (sic, Jacques Monod, 1970), es que se constituye en un verdadero mecanograma del pulso emocional del pensamiento y la corporalidad de la artista. Mariana Sissia buscando expandir un mundo demarcado por la solidez del grafito, desemboca en un abisal universo indeterminado enrarecido por lo tóxico y embriagador de los solventes, donde la certeza del oficio diluida por visiones fugaces y accidentes topográficos, será eco o evidencia de un portal de epifánica libertad espiritual.

2010

La geografía del mundo, Escenario de nuestras vidas

Por David Nahon

Existe una hipótesis que sugiere que todas las cosas del mundo están socialmente construidas. No solo el uso, la clasificación o el interés en ellas, sino ellas en sí mismas. Algo es en tanto he hablado de ello. Así, no solo soy receptor pasivo ni esclavo de mis pasiones, sino que activamente edifico estructuras para relacionarme. Digo para entender el mundo y mi experiencia en él. Construyo sistemas: una palabra encima de otra hasta formar un razonamiento que me ayude a pensarme en el universo. Una montaña de pensamientos y toda la vida dicha en palabras a modo de andamiajes, puntos de fuga y de llegada. De esta manera, Mariana Sissia proyecta sus dibujos a modo de capas geológicas. En el relato de sus esquemas se puede interpretar el esbozo de una biografía que presenta más de lo que disimula. Sus dibujos, realizados con extrema dedicación, parecen tallados en espacios yermos y vacíos. Cada átomo de su paisaje es la constitución de un mundo con sus depresiones, sus elevaciones imposibles y una escala atemporal e inhumana. Mariana esencialmente inaugura un mundo en sus escenarios o manifiesta el propio pronunciándose desde el título de su obra: “Sistemas de defensa de mí misma”. Pero, ¿Por qué ocultarse donde no hay nadie? Tal vez porque el espanto mas indescifrable es el que nos habita. Frente a nosotros, nos encontremos sin defensa posible, sin nada que decir. Y decir –justamente– es uno de los actos que mas descubiertos nos deja. Los dibujos de Mariana dicen con una potencia abrumadora. Donde parece que fuéramos a descubrir una metáfora, nos desafía una certeza absoluta. Un precipicio es un abismo, la misma cantidad de tierra que cabe en un orificio descansa al lado del mismo y entre dos montañas se precipita una trinchera donde es imposible protegerse. Aristóteles proponía que el objeto de la poesía es “imitar por medios diferentes”. Según él, la metáfora es “lo único que uno no puede tomarle a otro”. Bajo ese principio, Mariana traza para sí misma un relato de su vida. Fija una parte de su historia, la modifica. Inventa –en ese ejercicio– una suerte de identidad que la protege de la intemperie de la memoria y finalmente dibuja. Y en sus dibujos nunca hay cielo ni estrellas. Su universo es árido a sobrecogedor pero siempre hay una posibilidad –un trampolín, un tobogán, caballetes– distintos dispositivos que proponen oportunidad y riesgo al mismo tiempo. Puede que en sus composiciones estos objetos sean el otro, entidad y respuesta a los temores de Mariana. El paraíso, dice la filosofía Zen, es aquí mismo. Igual pensamiento nos permitiría sospechar que el infierno también. Exploremos la atmósfera de las obras de Mariana a sabiendas de que, el arte, es también estrategia para vencer el horror y conquistar la belleza del instante en el cual la felicidad, parece ser un episodio posible.

2015

El triunfo del paisaje

Por Ionit Behar

En tanto que extensión en el espacio, la línea también es extensión en el tiempo. No el tiempo en el sentido de medida de una duración finita, sino más bien el tiempo que sencillamente prosigue ad infinitum. En los nuevos dibujos de Mariana Sissia, que ella nombra Paisaje mental, lo que encontramos no es un lugar o un punto, sino una concepción en la mente. En esta serie, la artista persigue un orden que no se puede captar de manera apresurada. Es el orden de las emociones y las sensaciones, algo similar al contacto sensible con la propia piel, el propio cabello, el propio cuerpo. Los dibujos de Sissia no son una “cosa”, sino un estrato de una cosa que propone un orden, un orden que el papel es capaz de contener. Su espacio es al mismo tiempo físico y abstracto. Se trata tanto de la materia como de los materiales, y de escapar, precisamente, de la condición de cosa. Con una dedicación, una paciencia y una cautela extremas, Sissia crea dibujos sobre papel de arroz a la manera de grandes rollos. Este material, muy fino, conocido por su uso en la pintura china del siglo XIX, es delicado y carece de textura. Sissia comienza por aplicar el frottage, una técnica gráfica desarrollada en 1925 por el surrealista alemán Marx Ernst, a fin de crear una base para un mayor refinamiento. Sissia frota superficies texturadas, tales como pisos de cemento, paredes y piedras, que a continuación intensifica marcándolas con grafito de diferentes escalas. Su método, al que ella se refiere como “temperamental”, construye lentamente un paisaje que se va desplegando según la energía diaria de la artista. Estas escenas apasionadas son investigaciones del material, que asemejan masas de aire o trozos de cielo, es decir, dominios etéreos. Los cielos de Sissia recuerdan aquellos que el artista argentino Osvaldo Bony creaba a mediados de los años 70. Aunque pueda parecer un tópico banal, el cielo se convierte en una intensa metáfora de la libertad. Sissia, al igual que Bony, desprende los cielos, separándolos del infame mundo de las figuras. Aquí, la materia alcanza la clase de complejidad que encontramos en el cerebro humano. De manera comparable a esa postura filosófica o creencia que sostiene que la consciencia es una cualidad universal de todas las cosas, Sissia intenta extenderse ella misma a todo lo que la rodea, y trabajar con los problemas y acontecimientos que ello le presenta. Se torna consciente de su propio cuerpo, en una forma que nada tiene que ver con la idea aceptada del autorretrato, sino con el cuestionamiento y la observación de las sensaciones. La ausencia de figuras y de cuerpos humanos en los paisajes provoca una sensación de “pérdida de contacto”, no sólo con nosotros mismos y con los demás, sino también con la cultura de la que formamos parte.

2015

Materia meditada

Por Eduardo Stupía

El mensaje visual incide en nuestra experiencia e imaginación con toda la potencia de un lenguaje verbal, provocando sensaciones, emociones y pensamientos, estimulando el recuerdo y la fantasía, liberando las fuerzas concentradas de nuestra energía mental. En nuestro encuentro personal con él, no hay necesidad alguna de traducir ese lenguaje a ningún otro, ni de transformar las imágenes visuales en palabras. La imagen visual es una realidad autosuficiente frente a la cual la traducción verbal apenas puede intentar una aproximación muy lejana y muy cruda.

Jerome Silbergeld, Chinese Painting Style, University of Washington Press, 1982.
Las materias terrestres, desde el momento en que las tomamos con mano curiosa y valerosa, estimulan nuestra voluntad para trabajarlas.

Gastón Bachelard, La tierra y las ensoñaciones del reposo, Fondo de Cultura Económica, traducción de Rafael Segovia, 2006.
I
El primer dibujo de Mariana Sissia que alguna vez vi mostraba una excavación, un hoyo que se presumía profundo, representado de manera fidedigna en el plano, es decir, en el terreno, emplazado en el extremo de un eje diagonal que se completaba, un poco más arriba, a la izquierda, con la perfecta plasmación del túmulo de tierra producido al excavar, separado apenas del otro motivo. Además del llamado de atención que provocaba su innegable calidad, más destacable aún por la juventud de la autora, el dibujo me hizo pensar que la dirección natural de la lectura parecía oponerse al acto ya ejecutado de la excavación, dado que generaba una tensión de la tierra hacia el hoyo, como si una fuerza tácita la indujera a volver a rellenarlo, efecto subrayado por la gravitación del pozo en la composición. Esa inducción cinética establecía una conexión con las paradojas de la representación, y Sissia comenzaba, así de tempranamente, a reflexionar sobre los dilemas de su propio métier –tanto en lo que hace a la construcción de la imagen como al ejercicio activo del dibujo–, bajo la forma de una velada alegoría, o bien como una intencionada metáfora.
Entre otras tantas escenografías de similar constitución y poéticamente afines urdidas por la autora, la excavación parece aludir a la idea del dibujo como la faena ardua, extenuante y radicalmente física que se ejerce sobre una superficie. Se trata aquí de la operación de avanzar moliendo la materia de ese primer estrato exterior, en busca de un determinado plano más recóndito, dejando un sedimento como parte del mismo fenómeno, de una misma figura, que es no solo una presencia formal específica, sino una instancia de la retórica visual. Un sedimento que, a veces, amenaza con volver a ocluir, a sofocar, la visibilidad, la respiración de lo ya revelado. El dibujo llegó a asombrarme, entonces, no solo por sus virtudes específicas, sino porque se destacaba nítidamente entre varios trabajos sobre papel de otros autores jóvenes, tan jóvenes como la misma Mariana, con quienes ella compartía una muestra grupal. Mas aún; en un contexto mas amplio, donde ya había comenzado a diluirse –estábamos en 2010– la exigencia de probidad, sapiencia y pericia en el oficio del dibujo, y empezaban a manifestarse masivamente propuestas de rasgos balbuceantes, rústicos, básicos, iletrados, y hasta deliberadamente toscos y torpes, el estilo y el carácter gráfico de Sissia se apoyaba en una filosofía del quehacer completamente diferente, es decir, explícita y vocacionalmente dedicada a un rendimiento expresivo y práctico de características casi maníacas en la ortodoxia de la herramienta, devota de una severidad lineal y tonal de acuciante resolución, de indestructible homogeneidad y enorme riqueza. Y eso, que era tan llamativo y trascendente entonces, ha seguido siendo una marca distintiva de la artista sin alteraciones ni desmayos, desde ese momento hasta ahora, pasando por varias etapas de transformación. II
En ese mismo período, Sissia insistía en una definición escénica muy concentrada, con elementos reconocibles como cisternas, piletas de lona, andamios y grupos de árboles, instalados por lo general sobre bloques o grandes terrones de suelo, flotando en el plano intacto, como si de algún modo se acudiera a la retórica instructiva de los manuales técnicos o industriales, en un gesto que podía oscilar entre el extrañamiento surreal o cierta improvisación de síntesis metafísica. A la vez, el mismo planteo proponía también otras variantes de acumulaciones de tierra, solo que, esta vez, sin la asistencia de aditamento alguno.
En estos ejemplos el factor teatral, la marca dramática, la concordancia de otras lógicas a un tiempo progresivas y destructivas se filtran en los recortes, huecos, mordeduras, placas y laderas pétreas, y en los segmentos regulares que en los títulos de los dibujos se identifican como túneles, cuevas, cavernas, paredes. La artista se desliza hábilmente entre amagues fantasiosos, insinuaciones y resonancias, y de repente nos parece estar frente a un documento protocientífico destinado a graficar la arquitectura de hormigueros o nidos de termitas, bajo la inquietante sensación de escudriñar madrigueras o cuevas de animales; o bien recorriendo un inventario de obras en construcción, el cuaderno de apuntes de un ingeniero. Es notable la amplitud polisémica del método, del procedimiento de Sissia, tan estratégicamente tributario de la iconografía geológica como de aquella del universo espeleológico, junto a simulacros de transcripciones de trabajos de campo arqueológicos, que ella recrea como en una cadena de referencias a instalaciones públicas tan contemporáneas como las pistas de skate, solo que transformadas aquí en un resto fósil disecado. Los hoyos y pozos regulares que agujerean el suelo áspero se abisman en él teñidos de duplicidad, provistos de una cierta racionalidad objetiva, y a la vez embebidos del vértigo de lo bizarro, como si dentro de esa tierra ilusoria pudiera palpitarse la vida oculta de un inframundo incógnito. A la vez, se produce la fuerte impresión de estar frente a quien dibuja a sabiendas de que, sin dejar de operar a favor de la afirmación de las figuraciones o contenidos, aborda los motivos de roca intacta o lacerada, del suelo perforado o macizo, como una analogía de la penetración inagotable del dibujo en el dibujo mismo, con la sospecha, o la certeza, de que el hombre puede escarbar en la roca, pero nunca encontrará otra cosa que lo rocoso. (Ibid) La voluntad de mirar el interior de las cosas hace que la vista se vuelva aguda, penetrante. Hace de la visión una violencia: halla la fractura, la grieta, el intersticio mediante el cual se puede violar el secreto de las cosas ocultas. (Ibid) III
El dibujo de Sissia se busca en su propio cuerpo expandido con claridad y precisión quirúrgicas, con absoluto dominio de la técnica y una enorme minuciosidad y capacidad productiva; la artista no cesará de depurar infatigablemente, año tras año, sus instrumentos y recursos. Constantemente, entrena el sutil músculo de su repertorio sensitivo sumando alteraciones elípticas y correspondencias transfiguradas, y en una misma maniobra bifronte combina el acceso legible con la incertidumbre. Una muy aceitada fórmula arriesga la sintética incrustación de agentes foráneos en fatigados cúmulos y terrenos con una fluidez casi naturalista. Así es como aparecen y justifican su rol de fantasmal utilería los toboganes, juegos de plaza, escaleras, desaguaderos, vallas y puentes improvisados. En este período, como en zonas subsiguientes de su obra, la elaboración integral ejercida por Sissia depende estrictamente del exhaustivo control del trazo en los ingresos, evoluciones, pasajes, rellenados y presiones del lápiz o del grafito en barra sobre el papel, con un tratamiento focalizado en sostener la espesa sustancialidad y el estatuto corpóreo sin fisuras de los planos que componen sus grandes objetos y estructuras. La artista trabaja momentáneamente sobre papeles de superficie neta, enyesada, sin que surja la irrupción del grano en la disposición óptica del dibujo, con la misma efectividad con la que, más adelante, hará que la porosidad y alguna rispidez moderada del soporte sí intervengan como un nuevo y pregnante signo textural.
Por otra parte, y en cuanto al espíritu que parece animarlas, las agudas incisiones terráqueas y las regulares hendiduras aluden a una manualidad precaria, primitiva, y a la vez a una economía de medios mayor, ya en escala industrial o proyectual. Ambos factores hipotéticos convergen en la regularidad geométrica del trazado de las plantas arquitectónicas, las comprometen convirtiéndolas en abismales hundimientos, y a los tranquilizantes cimientos, en colapsos ortogonales de la corteza terrestre. Hasta se incluye, con una impasividad escalofriante, la figura del sepulcro, como parte de lo que podría concebirse como una referencia a algún catálogo virtual de los usos culturizados de la tierra. Todo aporta al funcionamiento de inusitadas anécdotas y tensiones atemperadas, con el factor humano in absentia, baldíos de residuos cosmopolitas y desechos melancólicos, fanáticamente expuestos a la blancura tórrida de un plano que es territorio y espacio, y a la vez fuerza negativa. En esta singular mixtura se destaca la brutal escisión, la ancha y cuadrangular cicatriz que Sissia titula como Trinchera, y que se constituye en el centro de gravedad energético de una de las tantas extraordinarias series en la profusa historia de la artista. También, una suerte de incomodidad, de inadecuación en el uso presunto de los artilugios objetuales, tan connotados y fechados y, por ende, inútiles en su presente perpetuo sobre los anónimos escenarios de excavaciones y desenterramientos, impone la presencia farsesca del tiempo, la ironía de un uso de éste que es cultural, social, pero como pesadilla anacrónica; la situación y sus partes, alguna vez sujetas a acciones y movimientos vitales, han quedado ahora fijadas para siempre en una detención artificial, definitiva, como una recolección de fetiches urbanos aplicados sobre un fondo neutro. IV
El viraje sistemático que Sissia va a emprender resueltamente empieza a anunciarse de manera gradual, apuntando a un cambio radical en el punto de vista y en el diseño y utilización del verosímil espacial. Sissia sobrevolará cráteres y describirá laderas, cimas, riscos y picos montañosos, oscilando entre la mímesis y la invención imaginaria. En los mínimos detalles de esos accidentes orográficos acecha, inminente, una transición rotunda que irrumpirá en la concepción global de su programa, y que va a llevar su lenguaje a establecerse en una bisagra de fructífera alternancia. La veremos moverse, competente, en la rendición calcárea de muros, farallones y placas montañosas, así como manipulando contrapuntos y combinatorias de tramas, tejidos lineales y gradientes de grises, imbricados en la superposición de evanescentes capas de epidermis gráfica. Estos embelecos viven en un limbo de pura apariencia, y consecuentemente pueden verse como abstracciones orgánicas, o bien como una suerte de muralla sólida que de repente se hace vaporosa, con una fisonomía inestable, de tonalidades cambiantes. La artista trabajará, más que nunca, según pautas estructurales antagónicas, a un tiempo expansivas y abigarradas, que invadirán todo el campo visual como una panorámica, adquiriendo el aspecto de incógnitas cartografías, de ilimitadas vistas aéreas de una conjetural meseta, así como, en sus manifestaciones más terminales, se vestirán con frondosos camuflajes.
Aquí sí la ejecución vigorosa busca la ascensión y el protagonismo gradual del grano en la tenue y trémula vibración del trazo en el papel, así como se lo disimula enhebrando, en secuencia acompasada e íntima, los nódulos, las corpúsculos y las células convocadas por el infinito devenir del lápiz. El grosor, el peso y la mayor o menor rugosidad del soporte actúan de manera muy silenciosa en la articulación del todo, porque Sissia recela de todo aquello que pueda interpretarse como atajo o efectismo fácil. En esta zona de su obra aparecerán también, insólitamente, acentos, contrastes y subrayados sobre la base de frottages, orquestados en la ecología del conjunto con una organicidad inalterable. Habrá que detenerse más extensamente en el modo en que Sissia atraviesa esta amplísima terra incognita que ella misma ha descubierto como una exploradora experta, munida de lápices de diversa gradación y de grafitos como puntas de flecha, afilados vehículos para satisfacer la urgente dosis de opciones y registros. El dibujo –o, más bien, el dibujar de Mariana Sissia– no tiene retorno ni margen para corregir el error. Lo suyo es siempre la impronta directa y el arrojo, el salto al vacío sin la espectacularidad de la acrobacia pero con el desafío de la constancia que no puede permitirse desmayos ni cicatrices, más allá de cuantas previsiones y decisiones haya tomado ella con respecto a la conformación de cada pieza específica. Sissia se interroga sobre las apropiaciones, ajustes, consistencias, acoples y disonancias del dibujo, trazando con obstinación virtuosa la emisión generativa, callosa y cenicienta de puntos, segmentos, líneas, rayas y minúsculos garabatos para urdir constelaciones de piel mudable, que alternativamente pueden ser leídas como profundidad conjetural, cielo, tierra, estanque, mapa, cuenca hidrográfica, laberinto, muro. Sus trabajos recientes trascienden incluso el primer apego de seducción y encantamiento para cruzar la frontera de su propio umbral ontológico, siendo al mismo tiempo ficción representativa y proyecto informalista. Los diversos formatos del soporte se fraccionan en instancias extremas, como en el caso del magnífico panorama de ilusión paisajística hecho de piezas horizontales ensambladas en contigüidad secuencial, a la manera del espejismo semicircular de las Nymphéas de Claude Monet, y también como una versión abstracta de los rollos narrativos budistas heredados en China desde la India. De manera equivalente, los largos rollos verticales de papel de arroz aportan a su obra una nueva distribución y otra lectura de la imagen, percibida como una dinámica totalidad viviseccionada y no solamente como eslabón de una serialidad consecutiva. Todo esto implica la adopción no solo de una nueva perspectiva orientalista, sino de una redoblada voluntad de ensayo y experimentación en cuanto a las desmaterializaciones internas y externas, y a las variaciones ambientales, instalativas de sus piezas. V
La excepcional unicidad orgánica que consigue Sissia aun en la heterogeneidad más radical de sus dispositivos escénicos, así como la densidad matérica perceptible en todos y cada uno de sus trabajos, ponen en un primer plano cognitivo la noción del tiempo mesurable y real, de la imposición metódica, inexcusable, de horas y horas de esforzada tarea, lenta y exigente, en pleno uso de la atención, de la conciencia y la inteligencia motriz. Algo que solo puede alcanzarse a través de la entrenada relación del artista entre la pulsión creacional, el perfeccionismo en el rigor manual y la reconcentrada alertidad subjetiva, cualidades propias de una conjunción meditativa que Sissia practica con sistemática hondura. Un encuentro, una tensión, una pugna de espesores y sustancias entre las fuerzas productivas interiores del Homo faber y los límites de la materia allí expectante. Es la resistencia, la hostilidad de la materia (Ibid) que se debe moldear afuera, en el mundo, y que persiste en su inercia de serle esquiva, que forcejea y elude justamente a quien le da origen, aliento, savia y nervaduras. Avatares sensibles, amorosos conflictos, renuncias y hallazgos de quien, como Mariana Sissia, se entrega al rito monástico, excluyente, de la materia meditada, (Ibid) que en ella es esencia superadora de la mera materia artistizada.
Con cuánta rabia desea la imaginación explorar la materia. Todas las grandes fuerzas humanas, aun cuando se despliegan de forma exterior, son imaginadas en una intimidad. (Ibid)

2012

En otro mundo la belleza es extraña

Por Bárbara Golubicki y Miguel Rosetti

Dicen que Raymond Roussel, durante su vuelta al mundo, no descorrió siquiera una vez las cortinas negras de su coche. Con ese somero gesto daba vuelta la página a la idea que habían cimentado geógrafos, naturalistas, cartógrafos y artistas. No importa con qué designio, hacer un paisaje dejaba de satisfacer el deseo de entender el mundo. Ya no aplacaba la curiosidad etnográfica. Ya no permitía tabular lo lindo, lo bello, lo sublime. Solo el foto-turismo siguió pensando que el paisaje era digno de reproducción, y no lo meramente anecdótico. Desde la ocurrencia rousseliana hasta ahora, sin embargo, no se trata simplemente de olvidarse de paisajizar, sino más bien de localizar en qué zonas sensibles sobreviven estos impulsos, dónde funcionan todavía estas formas de apropiación visual del espacio, en qué configuraciones asoman estos mismos problemas. Del espacio natural, lo suficientemente codificado, los dibujos de Mariana Sissia nos lanzan al espacio exterior/interior de las cosas. Su virtud conceptual es advertir que, al calor de los medios tecnológicos correspondientes, lo que antes hacía el pintor, hoy lo producen las técnicas de teledetección, instrumentos que recogen datos ahí donde no llega ningún ojo humano. Por eso, tal vez, no tengamos medida aún del impacto de las imágenes satelitales y microscópicas en la historia del paisaje. Si esta historia está por hacerse, En otro mundo la belleza es extraña, el dibujo instalado por Mariana Sissia, se propone actuar como un intercesor, un documento futuro, una toma extraviada. Al homologar los fundamentos y la forma de producción de estas imágenes al dibujo, se sustrae de toda anécdota y despliega, en el mismo movimiento, una vista panorámica de lo que alguna vez se llamó una heterotopía: otro lugar, irreconocible, extraño, imposible de integrar a nuestros paisajes humanos. En efecto, si en su forma clásica el cuerpo era la medida del espacio y la subjetividad su escala perceptiva, la detección remota desbanca la vieja fenomenología de sus pilares constitutivos: no hay contacto directo con el objeto, no hay ojo que capte; en definitiva, hay lo que siempre hubo, procesamiento de información visual. Sissia opera entonces a la inversa de lo que haría la mirada estética, se convierte en un instrumento exploratorio, no pretende reproducir el paisaje, sino producirlo; no hacer que la naturaleza se transforme en dibujo sino al revés. Poiesis, y no Mímesis; perceptos, y no percepciones. La decisión técnica, por lo tanto, es la de subordinar el ojo, o mejor, implantarle a la mano un ojo propio. Esta resolución obliga entonces a postergar cualquier acto sensible –sugerir una narrativa, confesar una idea, mostrar un secreto- a favor de poner en el centro el acto físico de dibujar. El ángulo de apoyo, la velocidad y longitud del trazo, la dureza del grafito, la apertura de las líneas, el uso de los blancos, la estratificación de los grises y, en un exceso pictórico, la acumulación de capas. Todo esto conforma el abanico de procedimientos gráficos, puestos al servicio de hacer aparecer fuerzas, intensidades, ritmos, interferencias, huellas de procesos en marcha, de objetos que acaban de desaparecer, de contornos que no terminan de cerrarse. El imperativo de la mano que los produce pareciera ser el de no dejar que la imagen se defina, ninguna, nunca, como si ceder a esa tentación fuera caer una vez más en la tierra de lo personal, de la anécdota, de las explicaciones subjetivistas. Y, no obstante, el dibujo, su tensión visionaria, su naturaleza coyuntural, dispuesta al accidente, supone siempre un tipo de negociación directa con el entorno inmediato. Frente a esta, la opción de Mariana Sissia es ejecutar una desapropiación, salvando no la consistencia del mundo, sino el contorno; no las imágenes sino las semejanzas, no la belleza, sino cierta belleza.

2019

El dibujo como experiencia espacial

Por Gabriel Palumbo

“Las personas deben hablar menos y dibujar más. Personalmente, me gustaría renunciar por completo al habla y, al igual que la naturaleza orgánica, comunicar todo lo que tengo que decir visualmente”. Johann Wolfgang Von Goethe Los que escribimos sobre arte tenemos un problema. En realidad tenemos varios, pero hay uno que se destaca sobre el resto y es el que nos dice sobre qué escribir y qué decir sobre eso que vemos. Algunos críticos se deciden por lo judicial y otros, por la información y el análisis. En una entrevista reciente, Félix de Azúa comentó que no le interesa más escribir sobre arte porque este está muerto y solo es una actividad ligada al ocio y al turismo. Paul Valéry, intentando resolvernos el problema, sugirió alguna vez que la obra que no nos deja mudos no tiene valor y que lo único que podemos hacer es reflejar el amor que inunda al mundo en la belleza de una obra de arte. En esto de enmudecerse ayuda mucho un espacio como el de la Usina del Arte. Su hermosa monumentalidad, los caminos empedrados, la torreta y sus ladrillos rojizos contrastan con un interior modernizado y lleno de hierro y vidrios enormes. En la amplísima sala del segundo piso está emplazada "Ciclorama", de Mariana Sissia. Los metros que separan el descanso de la escalera con la obra son una buena excusa para preparar al espectador y predisponerlo a participar de lo que la artista ha planteado con este trabajo. Lo primero que se observa es una estructura circular, un montaje hecho en madera, de 10 metros de diámetro, con vigas que le hacen de soporte y unas bolsas de apariencia cargada que le sirven de contrapeso. Más cerca, es posible ver la apertura del círculo y la invitación a entrar, a caminar dentro de la estructura y a comprometerse en un recorrido colmado de dualismos sostenidos en el dibujo como experiencia artística. Es sabido que toda buena obra propone múltiples interpretaciones y abre universos emocionales y analíticos casi infinitos, pero lo que sobresale en esta propuesta de Sissia es la cantidad de intersecciones y de diálogos que deja abiertos. El espectador encontrará los suyos, pero me gustaría al menos presentar algunos. El más imponente es el disciplinar. Es cierto que el arte contemporáneo ha diluido mucho los límites de los oficios plásticos, pero "Ciclorama" va un poco más lejos. El protagonismo del dibujo es indudable, pero la forma, la visión que propone al espectador y la relación con el espacio presenta en realidad una escultura. La obra replantea estos límites de un modo amable pero intenso, descolocando la mirada y estableciendo una relación sensorial de inmersión e introspección. Dentro de la estructura abierta de madera, un pliego de 30 metros de papel presenta un paisaje cíclico en el que el dibujo aparece con toda su carga histórica y de comunicación. Este trabajo de Sissia es en realidad la evolución de su biografía como artista. Como todo relato vital, tiene sus continuidades y sus rupturas. Los trazos, propios del método de trabajo, son los habituales de su obra pero la ocupación del espacio y el resultado final es una novedad. El enorme pliego tiene, además, más de 2 metros de altura, está trabajado en fragmentos con una doble técnica que combina el grafito con solventes, resultando distintas intensidades y matices. La lectura de la totalidad del ciclo es la de un diario íntimo o la de un periódico. Distintas emociones, distintas noticias, énfasis diferentes, conformando una totalidad hecha de retazos. El manejo técnico de Sissia es impecable. Tiene tal confianza en los materiales que lo que aparece es la libertad para usarlos y para entenderlos. El derrame de los solventes sobre el papel y las diferentes texturas del grafito son su caligrafía típica y hace aparecer espontáneo lo que es fruto de un trabajo casi científico. Cada uno de los vertidos y de los pliegues en el papel responde a un registro minucioso y anotado que es más de alquimista que de dibujante. El clima que se genera responde un poco a este esoterismo virtuoso y es difícil que el visitante no lo experimente al recorrer la obra.

Otro diálogo que propone "Ciclorama" es el de los límites entre el afuera y el adentro. Sissia provoca esta conversación desde la forma de su obra y lo hace inevitable para el espectador. "Ciclorama" es un camino incierto desde afuera hacia adentro en el que las formas y el dibujo actúan como vehículo principal. Un dibujo que, además, entremezcla lo abstracto y lo figurativo. La opción no figurativa de Sissia es obvia, pero la mirada hace su juego y por momentos configura, gestálticamente, un rostro, un paisaje más nítido, una representación humana. Caminar "Ciclorama" es desafiar la premisa de la condición acabada y hasta farsante del arte contemporáneo. Tiene ingredientes clásicos y temperamento novedoso. Apela al recuerdo artístico –es difícil no sentirse en una de las grandes estructuras de Richard Serra suavizada por la tersura del papel– y mueve la reflexión calma y necesaria. Semejante caricia a la subjetividad es un rasgo de vitalidad que enmudece y arroja una buena cuota de amor al mundo.

2010

Río de las tres rutas

Por Eduardo Stupía

Mariana Sissia y Nicolas Sarmiento pertenecen a ese raro conjunto de artistas –aunque quizás no tan raro en el contexto del arte joven contemporáneo local– cuyo apego estricto, y de enorme rigurosidad técnica y metodológica, a la minuciosidad de la factura, les aporta por un lado la imprescindible densidad material en los usos e interrogantes de sus lenguajes, y a la vez los libera de todo asunto o anécdota que no sea aquél que, de un modo u otro, no provenga de los intersticios de su acción en la práctica. Sissia revela a primera vista una afinidad con cierta iconografía de manuales de geología, geografía o botánica, lo cual enseguida se enrarece por la incipiente anormalidad de sus construcciones tan aparentemente lógicas y sólidas. El virtuosismo de su elaboración tonal, y el equilibrio íntimo con el que combina artificio y naturalidad confluyen en un dibujo de silenciosa seducción, de misteriosa potencia. Sarmiento registra y detecta, lo cual equivale a decir que inventa, las manifestaciones proteicas de una energía gráfica que puede desplegarse con la rispidez de una suerte de proto-escritura primaria como con la delicada palpitación de la mancha y la aguada. Su inagotable sistema tiene la aridez de aquello que se propone como puro cuerpo de linea y plano ilegibles, y a la vez la luminosidad de algo que de repente se abre ante nuestros ojos con la magnificencia de un relato fastuoso.

2013

Mentalista

Por Marcelo Galindo

Una potencia plana. Una densidad espectral de potencia plana. Una densidad más expandida, menos expandida (más o menos expandida), pero siempre en un plan de extensión. Una cancha de basquet con todos los jugadores acostados boca arriba y en apariencia sin hacer ningún movimiento. ¿Están completamente quietos? Eso es lo que parece. (¿Están en un descanso, en un entretiempo? No podemos estar seguros de eso) Nosotros como público tratamos de localizar la pelota. La pelota está envuelta en un paño de seda. (Atrás hay una ventana abierta. Una ventana sin vidrios por la que no entra el más leve sonido.) La pelota está escondida y los jugadores yacen inexplicablemente quietos tratándose de un torneo de basquet. Pero si enfocamos con la cámara y hacemos un zoom tendríamos una visión reveladora: los jugadores se abandonan a pequeños placeres, mueven los ojos en forma de círculo y acarician con la yema de los dedos el parquet. Despacio y redondito. Inscriptos bajo este signo: La mitad de energía En la vida
Varias veces repetida


(Ese es el mantra que se repiten internamente)
El público puede ser que empiece a emprender la retirada. Y tiene que quedar bien claro: a estos basquetbolistas no les interesa atraer a nadie ni mucho menos convencernos de que lo que hacen tiene que ser entretenido para todos. Así que si alguien se queda. Si pasan los días y alguien persiste en la observación de este juego casi imperceptible, los jugadores giran la cabeza 25 grados, hacen un guiño hacia la tribuna y aquel que era parte del público pasa a formar parte del equipo. Así se desplazan. Densidades espectrales dentro de un juego sectario. Una multitud de insectos diminutos en una hoja de parra. Cada uno una milésima parte de un milímetro. La hoja de parra cubierta de insectos de un lado. Del otro lado completamente desnuda. ¿Porque se ubicaron en esa cara? Porque eligieron esa hoja? ¿Porque es tán difícil entender que es lo que están haciendo? ¿Están comiendo? ¿Están tomando sol? –Estamos calientes!– dice el más pequeñito. –Estamos tomando sol! Nosotros estamos acá por otros motivos –contesta una voz– Somos científicos!. Tenemos un microscopio!. Si no hay movimiento, si seguimos sin entender porque están todos juntos y mirando para el mismo lado no nos importa! Y si no llegamos a ninguna conclusión o llegamos a una conclusión equivocada, tampoco nos importa!. No tenemos ni teoría ni preparación suficiente para construir una hipótesis y no nos importa. No nos importa nada!. Lo único que queremos es ver esa imagen amplificada!

2019

En el centro de una experiencia visual

Por Fabián Lebenglik

El dibujo es una categoría que va más allá de los “dibujantes”, tiene una lógica propia, en expansión, que se piensa a sí misma y avanza rompiendo límites. Puede haber muy buenos dibujos realizados por dibujantes, pero también por artistas de otras disciplinas que pasan circunstancialmente por el territorio del dibujo, cada vez mayor, y en expansión; e incluso como elemento preparatorio, proyectual (en grado de boceto). Podría pensarse alguna relación entre el dibujo y la poesía, porque son núcleo y hueso (de las artes visuales, de la literatura), y están en el comienzo, en la base de las artes dentro de la cuales se inscriben; expanden sus límites constantemente y van dando cuenta de sus transformaciones. El dibujo dejó de ser solamente una línea trazada sobre el papel. Ya liberado, puede ser tanto una fibra de hilo que escande el espacio, como un gesto que forma parte de una acción en una performance. Al mismo tiempo, el dibujo también puede ser una herramienta, un elemento conductor que intermedia entre diferentes disciplinas, porque su matriz es simple, primaria, económica. En su ruptura de límites, en su perpetuo desarrollo, en ese conjunto de transformaciones que va de la simpleza a la hipertrofia, el dibujo puede parecer otra cosa: una pintura, una foto, una escultura, una textura, un texto. El dibujo es hace rato un concepto ampliado, al mismo tiempo específico y metafórico. La idea del dibujo como gesto y acción, como práctica y como experimentación, como resultado de un saber del cuerpo (de un movimiento, de un conjunto de emociones), de saberes que preceden y exceden lo intelectual (pero que lo incluyen, a partir de la formación y el estudio) son parte de lo que Mariana Sissia pone en juego en su obra Ciclorama, que abrió (junto con otras actividades) la temporada de la Usina del Arte, el jueves pasado. Como describe con precisión Pablo La Padula en el texto de presentación, “el ciclorama de Mariana Sissia es una experiencia visual fluida que usa como soporte la superficie de un papel de treinta metros de longitud, el cual montando en un dispositivo específico, permite una inmersión visual de 360 grados transformando lo finito y delimitado en cíclico e infinito”. El “dispositivo específico” es una estructura circular, con un acceso que traza de manera incipiente la forma helicoidal, y que genera interés por sí misma, como si fuera una versión liviana, en madera, de las estructuras de acero de Richard Serra. El dispositivo externo del Ciclorama de Sissia está afirmado al piso y contenido por cruces invertidas y contrapesos, que ofrecen apariencia inquietante (el peso de la cruz). La fluidez y la continuidad resultan claves para la obra. Lo explica la artista: “Ciclorama enfatiza la relación entre el proceso físico de realizar la obra y la presencia física de ese proceso en la forma determinada. Trabajo con grafito pero en estado de pulverización mezclado con solventes, explorando el comportamiento de un material en el encuentro con otro de diferente naturaleza, y en la reacción natural de estos ante la ausencia de control”. Uno de los primeros hallazgos del gran dibujo es haberlo realizado en un rollo de treinta metros: ese continuum produce sentido, convierte en totalizadora la experiencia (tanto de realización como de contemplación) y en cierto modo transforma la obra en un gran paisaje, colocando al espectador en el centro de una experiencia. Lo que se ve, dada la naturaleza del grafito fluidizado, es un paisaje abstracto a partir de un dibujo de grandes dimensiones que fue hecho como si se tratara de una miniatura (aunque una miniatura que se expande a lo largo de treinta metros). “Comienzo a desarrollar dibujos extensos a modo de diarios –cuenta la artista–, los cuales trabajo desplegando una parte del papel, la cual pliego al día siguiente y continúo trabajando sin tener registro de lo realizado hasta el momento. La obra se revela al momento de exponerla”. Así, desplegada, la obra se compone de núcleos y secuencias, de explosiones y acumulaciones de materia. Y la lógica de los materiales converge con la de los movimientos y gestos de la artista. El saber del cuerpo, a través de la dinámica en la aplicación del grafito, genera manchas, blancos, negros, grises, tramas, rayas, salpicaduras y toda una secuencia de yuxtaposiciones e intensidades que desencadenan inmediatamente el deseo de recorrer cada tramo con la mirada y el paso, caminando y estableciendo cercanías/lejanías tal como lo propone la estructura de Ciclorama. “Pienso en mi obra como en un cotinuum –escribe Sissia–, cada dibujo es un episodio de una larga historia cuyo hilo conductor es la exploración minuciosa de un material: el grafito. […] Del mismo modo que el sismógrafo registra los temblores provocados por los movimientos de las placas tectónicas en clave visual, estos dibujos son un registro de mi estado emocional”.

2023

La conjunción

Por Clara Ríos

El mapa del dibujo lo abarca todo. Representa la materialidad, la etapa previa y la idea. Tiene el poder de hacer visibles cosas que aún no existen. Mariana Sissia no solo dibuja sino que piensa en dibujo, transforma operaciones mentales en grafito. Lo plantea como una idea, como el medio que le permite crear una red de conceptos que la definen como artista. “La Conjunción” constituye la cosmovisión de la artista, formula nuevas preguntas e introduce series que crean un código. Ella aborda el dibujo como un espacio tanto físico como esotérico, como un universo que contiene creencias, nociones y conceptos espirituales y visuales. Se trata de un encuentro de caminos y perspectivas, del que cada dibujo habla de manera enigmática y fragmentaria, dejando huellas que van creando una cartografía del trabajo de Mariana.
Ese territorio, trazado como resultado de una colaboración entre las piezas, crea un apoyo conceptual para la artista. En “La Conjunción”, ella busca los pares opuestos conjugados: el hiperrealismo despuntado por la abstracción, que a su vez se mueve al ritmo del grafito puro colocado sobre el papel y viceversa. Se trata de una operación de reconciliación entre distintas partes, que construye la cosmovisión de Sissia y accede, en términos jungianos de la conjunción, a algo similar a un rito religioso, un otus divinum. Ese estado, donde la materia logra condensar en espíritu, o, en este caso, donde lo etéreo se materializa a través de la obra, es el espacio sacro de su producción. Las imágenes obtenidas tocan de distintas maneras la idea del origen, del principio de la forma y de la materia. Las formas circulares, presentes en la serie de los mandalas o en varios grafitos, nos recuerdan a la forma perfecta, o a los dibujos encontrados en bajorrelieves que datan de tiempos inmemoriales. Por otro lado, esas imágenes primarias también están presentes en las explosiones de color en medio de fondos negros. Las texturas emergen del papel como si siempre hubiesen estado ahí, y Sissia las ayuda a brotar hacia la superficie. Paisajes que parecen ser un big bang: un antes que todo, un antes que nada. Los dibujos realizados entre 2018 y 2023 de alguna forma abarcan toda la producción de Mariana. Figuración y abstracción se reúnen en total armonía, como opuestos complementarios. Aquí, los encuentros entre percepciones no se desafían, sino que plantean una búsqueda de equilibrio entre la razón y la espiritualidad. La aproximación entre esos universos, no son más que un recurso para hacer visible lo invisible, verter el estallido interior en el papel y transformar la introspección en una descarga de grafito. Frente a algo tan sagrado como es el encuentro con la obra, la artista plantea distintas formas de comprenderla. Estos conceptos, primarios, originarios para la humanidad, son puestos al servicio del dibujo, el lenguaje fundamental del arte, aquel que retiene las ideas y las ayuda a aparecer.

2014

Extensiones del espíritu

Por Florencio Noceti

“Sin ser una cosa extensa, el pensamiento tiene su extensión y se extiende a su manera, que consiste en no llegar nunca a estar extendido.”


Marie Bardet
Mentes menos lúcidas que la de René Descartes han insistido en confundir los términos de su célebre distinción entre el pensamiento y la cosa extensa. Que la RES COGITANS no sea nunca una RES ya extendida, no significa que no se extienda. Lo que ocurre es que -tal vez a diferencia de la materia- el pensamiento se extiende infinitamente, sin lindes, ni demarcación, ni destino. Sostiene Borges “que los términos de una serie infinita admiten cualquier número”. Y que: “Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo”. Ocurra lo que ocurra en el mundo exterior de los cuerpos, esto es lo que ocurre en la interioridad del pensamiento. Así lo entiende clara, distintamente, Mariana Sissia. Sus paisajes son paisajes del COGITO. De la mente misma en el acto de pensar. No admiten referencias, ni puntos cardinales, ni coordenadas geodésicas. No tienen ni arribas, ni abajos. Y en ellos fracasa necesariamente todo intento de cartografía o navegación, pero eso no impide que la artista los recupere para el concepto, en una imagen también ella misma potencialmente infinita. Lo que esa imagen capta es un mundo posible, pero nunca dado a la experiencia de los sentidos. Su interés, un poco temible, radica en la enorme dificultad que su contemplación supone. ¿Cómo ha de explorarse un paisaje de este tipo? ¿Por dónde se comienza? ¿En qué dirección se sigue? ¿Y se acaba en dónde? Materialmente inabordable, en definitiva, para la sensibilidad, el paisaje DEL espíritu es también un paisaje PARA el espíritu. Indefinido e incorporal, a pesar de su innegable consistencia, el paisaje mental que Mariana exhibe, se extiende tal vez al margen de lo perceptible, pero no más allá de lo pensable. Aún no extendido, se extiende, precisamente, para ser pensado, indefinidamente y sin término por quienes se entreguen a su ardua contemplación.