En tanto que extensión en el espacio, la línea también es extensión en el tiempo. No el tiempo en el sentido de medida de una duración finita, sino más bien el tiempo que sencillamente prosigue ad infinitum. En los nuevos dibujos de Mariana Sissia, que ella nombra Paisaje mental, lo que encontramos no es un lugar o un punto, sino una concepción en la mente. En esta serie, la artista persigue un orden que no se puede captar de manera apresurada. Es el orden de las emociones y las sensaciones, algo similar al contacto sensible con la propia piel, el propio cabello, el propio cuerpo. Los dibujos de Sissia no son una “cosa”, sino un estrato de una cosa que propone un orden, un orden que el papel es capaz de contener. Su espacio es al mismo tiempo físico y abstracto. Se trata tanto de la materia como de los materiales, y de escapar, precisamente, de la condición de cosa.
Con una dedicación, una paciencia y una cautela extremas, Sissia crea dibujos sobre papel de arroz a la manera de grandes rollos. Este material, muy fino, conocido por su uso en la pintura china del siglo XIX, es delicado y carece de textura. Sissia comienza por aplicar el frottage, una técnica gráfica desarrollada en 1925 por el surrealista alemán Marx Ernst, a fin de crear una base para un mayor refinamiento. Sissia frota superficies texturadas, tales como pisos de cemento, paredes y piedras, que a continuación intensifica marcándolas con grafito de diferentes escalas. Su método, al que ella se refiere como “temperamental”, construye lentamente un paisaje que se va desplegando según la energía diaria de la artista. Estas escenas apasionadas son investigaciones del material, que asemejan masas de aire o trozos de cielo, es decir, dominios etéreos. Los cielos de Sissia recuerdan aquellos que el artista argentino Osvaldo Bony creaba a mediados de los años 70. Aunque pueda parecer un tópico banal, el cielo se convierte en una intensa metáfora de la libertad. Sissia, al igual que Bony, desprende los cielos, separándolos del infame mundo de las figuras.
Aquí, la materia alcanza la clase de complejidad que encontramos en el cerebro humano. De manera comparable a esa postura filosófica o creencia que sostiene que la consciencia es una cualidad universal de todas las cosas, Sissia intenta extenderse ella misma a todo lo que la rodea, y trabajar con los problemas y acontecimientos que ello le presenta. Se torna consciente de su propio cuerpo, en una forma que nada tiene que ver con la idea aceptada del autorretrato, sino con el cuestionamiento y la observación de las sensaciones. La ausencia de figuras y de cuerpos humanos en los paisajes provoca una sensación de “pérdida de contacto”, no sólo con nosotros mismos y con los demás, sino también con la cultura de la que formamos parte.